“La ciencia ficción trata del futuro, lo peor del impacto del cambio climático se verá en el futuro, así que es inevitable, la ciencia ficción es la manera natural de hablar del cambio climático”
–Kim Stanley Robinson
El autor estadounidense de ciencia ficción, Kim Stanley Robinson, conocido por obras con vertiente ecologista y socialista, publicó la novela «Nueva York 2140» en 2017. Es un libro extenso y con bastante para analizar, pero, en resumen, es la imaginación de un futuro en el que el nivel del mar ha aumentado y hundido ciudades enteras.
Esta premisa la conocimos en la novela de 1962, “El Mundo Sumergido” de J.G Ballard, aunque con un diferente origen. Si bien ambas historias pertenecen a la ficción climática o cli-fi, Stanley Robinson atribuye la anegación de su mundo al cambio climático de origen antropogénico, que ocasiona el derretimiento de los polos del planeta.

Stanley Robinson denomina a las catástrofes “Pulso». El primero fue una advertencia que recayó en la humanidad para implementar acciones y mitigar la crisis ambiental. Sin embargo, la cuenca subglacial Wilkes, en la Antártida Oriental (actualmente inestable por el ingreso de agua caliente en sus cavidades), y Groenlandia y Antártida Occidental se derritieron.
El cambio climático fue mal en peor, las posibilidades de mejorar no fueron suficientes (dejar de quemar carbono, eliminar combustibles fósiles): el planeta fue calentándose cada vez más. En el segundo pulso, ocasionado por el calor oceánico (aumento de la temperatura promedio del océano) y con más derretimiento de casquetes polares, el nivel del mar aumentó quince metros. Casi todas las costas mundiales desaparecieron y, con eso, las zonas urbanas. El autor denomina a esto “Antropocidio”: “el evento antropogénico de extinción en masa”.
En el libro, el escenario principal de este mundo sumergido es la ciudad de Nueva York, llamada ahora la “Súper Venecia”. Las primeras plantas de los edificios están bajo el agua y la civilización ha sobrevivido en los pisos superiores, incluso al conectar rascacielos con puentes.

Pese a la adversidad, la proyección de este futuro se acerca a ser una utopía en vez de un escenario desagradable. La humanidad ha aprendido a adaptarse al contexto al usar tecnología avanzada, medios de transportes propicios para el lugar y momento (taxis acuáticos, barcos, vapores) y se han tomado decisiones que hacen de este panorama uno completamente distinto: una nueva bolsa de valores y política con enfoque ecológico que hace frente a los daños y pérdidas. El escenario descrito es potencialmente real.
Con tintes políticos y económicos, e influenciada por la corriente neomarxista en la literatura contemporánea (sobre todo en novelas de ciencia ficción), la novela se acerca a ser un ensayo sobre el futuro en vez de una ficción con conflicto y resolución. El autor repasa las peripecias de unos personajes que viven en el edificio Met Life y la manera en la que sus vidas se transforman a medida que cambia el escenario. Estos son inversionistas, políticos de izquierda, funcionarios públicos y estrellas mediáticas: representaciones de muchas figuras en la coyuntura climática de la actualidad.
Si bien es un libro extenso, no llega a ser de tediosa lectura, a no ser que nos compliquemos con algunos términos propios de la economía o la política climática. Kim Stanley Robinson construye un futuro distinto del cambio climático en el que es posible una revolución en los aspectos políticos, tecnológicos, económicos y sociales, a pesar que las consecuencias ya se viven.
Este mundo realista, ambicioso, tal vez esperanzador de una «tragedia» climática contribuye con el activismo y diversos actores de interés (estatales y no estatales) a partir de otras perspectivas y posibles resultados. La literatura tiene un rol fundamental para describir los nuevos escenarios. Además, permite la generación de una crítica a los débiles esfuerzos para frenar el avance de la crisis.
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