“Cuando reflexiono que un solo hombre reducido a sus simples recursos físicos y morales ha bastado para hacer surgir del desierto esta tierra de Canaán, encuentro que, a pesar de todo, la condición humana es admirable».
–Jean Giono
Estoy seguro que “El hombre que plantaba árboles”, publicado en 1953, es una de esas historias que se deben leer obligatoriamente, por lo menos, una vez en la vida. De repente es de esas historias que podemos tomar como ejemplo para fortalecer nuestra empatía con el mundo. Quizá es de esas historias que llevan a cualquier persona a identificarse con la realidad en la que estamos.
Jean Giono cautivó y continúa cautivando a varios lectores al mostrar el vínculo con el entorno natural que antaño teníamos más presente, pero que ahora ponemos de lado y del que nos alejamos paulatinamente. Olvidamos esa armonía que puede ser la solución para la crisis ecológica que vivimos, pero la literatura es una herramienta de aprendizaje y reflexión de nuestra capacidad de agencia con el ambiente.
¿Cómo recuperamos esa armonía?, nos preguntamos. ¿Qué podemos hacer?, nos cuestionamos. ¿Podemos hacerlo?, es otra interrogante. Muchas de esas preguntas las intenta responder el autor con su singular personaje, un pastor de la Provenza francesa que decide reforestar su estéril región. A medida que el narrador, que queda en el anonimato, cuenta qué es lo que hace el curioso Eleazar Bouffier, nos invita a repensar nuestras actitudes en la modernidad acelerada y trata de reconectarnos con ese espacio que desconocemos y destruimos.
En Eleazar Bouffier podemos reflejarnos, como lectores, como ciudadanos, como personas que habitamos el planeta. Este personaje de ficción toma la decisión de retornar a la vida esos paisajes yermos y abandonados. Incluso en el transcurrir de dos guerras mundiales, la determinación de Bouffier queda intacta, al igual que el gran paso verde y natural que restaura y que es muestra de su generosidad, paciencia y respeto hacia la naturaleza. De pronto, la vida se abre camino, de una forma agradecida y perseverante.
Este es un ejemplo más para comprender que necesitamos de la experiencia para traducir la ciencia. Asimismo, nos invita a reconocer el papel del arte en los temas ecológicos y la empatía como vehículo para enfrentar la crisis ambiental. Colocar el dato como parte de una historia, conducirlo por medio de un personaje y sus decisiones, es una manera enriquecedora como primer paso del cambio. Solo así podemos mejorar la educación ambiental y hacerla de calidad, comentando y colocando historias que sean base para el despertar y fortalecimiento de la conciencia ecológica.
Hay muchas personas que son como Eleazar Bouffier, en cualquier trabajo que desempeñen. No obstante, es necesario tener a más Eleazar Bouffier en la sociedad, ya que (parafraseo el prólogo de José Saramago para el texto), es alguien que “estamos esperando”. ¿Cuánto falta para ser como ese pastor amable, bondadoso y gentil que en su silencio hizo mucho por el mundo? Y no se trata solo de árboles, a pesar que el título y el relato sean explícitamente sobre eso, sino de más detalles que podrían cambiar el curso de los actuales acontecimientos.
Cada persona que trabaja por la salud del medio ambiente, por su protección, por cada tema relacionado con la crisis, representa a Eleazar Bouffier, y contar su historia es transmitir el mensaje a quien esté dispuesto a comenzar su travesía para salvar el mundo. Lo que se requiere es la voluntad para hacerlo.
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