EL COLIBRÍ QUE VIVIÓ DURANTE EL INVIERNO, un cuento de William Saroyan

Autor: William Saroyan.


Hubo una vez un colibrí que, durante el invierno, no abandonó nuestro vecindario en Fresno, California. 

Te contaré sobre eso. 

Cruzando la calle vivía el viejo Dikran, quien era casi ciego. Pasaba los ochenta y su esposa era solo unos años menor. Tenían una pequeña casa que era ordenada por dentro como ordinaria por fuera –excepto por el jardín del viejo Dikran, que era el mejor de su tipo en el mundo. Plantas, arbustos, árboles –todos fuertes, en una dulce tierra negra y húmeda–cuyo guardián era el viejo Dikran. Todas las cosas del cielo amaban este lugar en nuestro pobre vecindario, y el viejo Dikran los amaba a ellos

Un frío domingo, en pleno invierno, cuando llegaba a casa de la Escuela de Domingo, vi al viejo Dikran parado en medio de la calle, tratando de distinguir lo que estaba en su mano. En vez de ir a la casa a calentarme frente al fuego, como quería hacer, me quedé en los escalones del porche y observé al viejo hombre. Él daría la vuelta y miraría arriba a sus árboles, y luego a la palma de su mano. Se quedó en la calle por lo menos dos minutos y luego, al fin, vino hacia mí. Abrió su mano y en armenio, dijo: “¿Qué es lo que está en mi mano?”

Lo vi. 

“Es un colibrí”, dije, mitad en inglés y mitad en armenio.* Dije colibrí en inglés porque no sabía el nombre en armenio. 

“¿Qué es eso?, preguntó el viejo Dikran. 

“El pequeño pájaro”, dije. “Tú sabes. El que viene en verano, se queda en el aire y luego sale disparado, cuyas alas baten tan rápido que no puedes verlas. Está en tu mano. Está muriendo.” 

“Ven conmigo”, dijo el viejo hombre. “No puedo ver y mi mujer está en la iglesia. No puedo sentir los latidos de su corazón. ¿Se encontrará mal? Mira de nuevo. 

Miré de nuevo. Era algo triste de contemplar. Esta maravillosa criatura del verano en la grande y áspera mano del viejo campesino. Aquí estaba, en el frío del invierno, completamente desamparado y patético, no suspendido en el rayo de luz de verano, ni como la criatura más viva del mundo, solo la más indefensa y angustiada. 

“Está muriendo”, dije. 

El viejo hombre levantó la mano hacia su cara y sopló aire cálido en el diminuto animal. “Quédate”, dijo en armenio. “No falta mucho para el verano. Quédate, rápido y encantador [animal].”

Fue hacia la cocina de su casa y mientras soplaba aire cálido al pájaro, me dijo qué hacer. 

“Pon una cucharada de miel al fuego y viertela en mi mano, pero asegúrate que no esté muy caliente.”

Esto fue hecho. 

Después de un momento, el colibrí comenzó a dar señales de vida. El calor de la habitación, el vapor de la miel tibia –y claro, la voluntad y el amor del viejo hombre. Pronto el viejo hombre pudo sentir el cambio en su mano, y tras eso, el colibrí empezó a tomar breves toques de miel. 

“Vivirá”, anunció el viejo hombre. “Quédate y verás”. 

La transformación fue increíble. El hombre dejó su mano generosamente abierta y esperó a que la desamparada ave saliera volando, suspendida en el aire y me asustara –lo que exactamente pasó. La nueva vida del pequeño pájaro era magnífica. Giraba por la cocina, iba hacia la ventana, volvía hacia el calor dando vueltas como si fuese verano y nunca se hubiese sentido mejor en su vida entera. 

El viejo hombre tomó asiento. Ciego, pero atento. Escuchó cuidadosamente y trató de ver, pero por supuesto que no podía. Preguntaba por el ave, cómo lucía, si mostraba de nuevo señales de debilidad, cuál era su espíritu y si se mostraba o no inquieta; me quedé describiéndole al ave. 

Pero, cuando el pájaro quiso irse, el viejo hombre dijo: “Abre la ventana y déjalo libre.”

“¿Vivirá?”, pregunté. 

“Está vivo y quiere irse”, dijo. “Abre la ventana.”

Abrí la ventana, el colibrí revoloteó por aquí y allá, sintiendo el frío del exterior, suspendido en el marco de la ventana abierta, moviéndose de una manera y otra, y luego se marchó. 

“Cierra la ventana”, dijo el viejo hombre. 

Hablamos por un minuto o dos y luego regresé a casa. 

El viejo hombre afirmaba que el colibrí vivió durante el invierno, pero nunca estuve seguro. Vi colibríes de nuevo cuando llegó el verano, pero no podía distinguir uno de otro. 

Un día en verano le pregunté al viejo hombre. 

“¿Vivió?”

“¿La pequeña ave?”, dijo. 

“Sí”, dije. “A la que le dimos la miel. Recuerde. La pequeña ave que estaba muriendo en el invierno. ¿Vivió?”

“Mira a tu alrededor”, dijo el viejo hombre. “¿Ves al ave?”

“Veo colibríes”, dije. 

“Cada uno de ellos es nuestra ave”, dijo el viejo hombre. “Cada uno de ellos, cada uno”, dijo veloz y gentilmente.


Traducción: Rodrigo Revilla (2021).

Reproducción para fines no comerciales (educativos).

Créditos: “The Hummingbird That Lived Through Winter” por William Saroyan, en My Kind of Crazy, Wonderful People: Seventeen Stories and a Play. Copyright © 1944 y renovado en 1972 por William Saroyan. Todos los derechos reservados.

Imagen de portada: Krystal Grimm/Shutterstock en treehugger.com

*Se conserva la mención del inglés-armenio, tal como aparece en el cuento en su idioma original.

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