Es legítimo decir «basta» a quienes nos llenan de mentiras, en la espera intranquila y un panorama sangriento
“Se puede engañar a parte de la gente todo el tiempo, a toda la gente parte del tiempo, pero no a toda la gente todo el tiempo», dice el personaje Tony Tréveris en la novela de ciencia ficción «Mañana, las ratas» (1984) del escritor peruano José Adolph, que va muy acorde con estos momentos de dolor, incertidumbre y agitación política. Estamos probablemente en ese futuro que Adolph imaginó, en una turbación sin precedentes ante una clase política decadente, en un proceso de levantamiento popular que conectó a los desconocidos en una lucha en común.
Recientemente hemos vivido una dictadura y la seguimos viviendo mientras los que ocasionaron el fatídico golpe permanezcan en el poder. Sin embargo, el pueblo no se quedó callado y a gusto con las decisiones de ciento cinco innobles que no representan la realidad que late fuera del hemiciclo. Parece que fuera un ambiente lo suficientemente hermético que aísla todo contacto con el mundo exterior. Lo hicieron, contra lo que podría significar en un contexto delicado como la crisis sanitaria, y sonrieron cómplices de una victoria sucia y amañada.
Aun así, no quisiera ahondar en las cuestiones políticas del asunto, ni remover los cimientos de aquella vacancia que destituyó a un presidente acusado de soborno, a quien le calificaron como moralmente incapaz para el cargo de mandatario (hasta ahora, no comprendemos bien de qué va ese argumento y tal vez no lo entendamos nunca), pero si lo aplicásemos, tendría más sentido que los ciento cinco golpistas, aferrados a la trinchera de sus curules y la inmunidad parlamentaria, fuesen los primeros moralmente incapaces de ejercer sus cargos. Sin más dilación, quisiera reflexionar, como ciudadano, como escritor, sobre este importante vox populi que presionará a los infames que no se ponen de acuerdo y que, en todos los casos, tienen las conciencias podridas y las manos con sangre.
Hubo dos marchas y varias concentraciones, de norte a sur del país, en costa, sierra y selva. Los ciudadanos tenemos legítimo derecho a protestar, a manifestar nuestro desacuerdo, a levantar las voces ante la injusticia de tanto mentiroso, leguleyo y falso, que cantan promesas en sus campañas para lograr ser quienes representen al pueblo, a cada uno de nosotros, pero que, de buenas a primeras, ocasionaron la terrible polarización del país en un momento de inestabilidad.
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Por eso salimos y saldremos a las calles, no por un presidente vacado, sino por el ascenso preparado de un mequetrefe dictador y los improvisados minidictadores que ocupan el Parlamento, a quienes no les importó el ruido de la indignación y se quedaron callados e indiferentes ante la abusiva acción de las fuerzas del orden (que dejaron de serlo) con gases lacrimógenos, palos, látigos, fuego y muertos, para reprimir lo que claramente está escrito como derecho en la Constitución.
Esta transición no inició como democrática, fue más bien autoritaria, interesada y organizada, y las marchas de la población aún no han alcanzado su momento cumbre. Es increíble, decepcionante, doloroso, criminal, antihumano, que quienes debieron protegernos, guiarnos, ordenarnos en una marcha que siempre se clasificará como «pacífica» fuesen los que atacaron con la violencia que acabó con la vida de dos inocentes, que ahora se integran a la lista de Héroes de la Patria.
Lo peor ocurre con los medios de comunicación masivos, que respondieron apoyando a la policía y resguardándolos, justificando sus acciones. ¿Garantizar el orden es lanzar gases que intoxican y matan a las personas? ¿Cumplir con la mejor organización de una protesta (DERECHO POR LEY) es lanzar canicas de cristal a los cuerpos indefensos de civiles que solo llevan pancartas, danzan y manifiestan artísticamente su rechazo frente a una decisión ilegal? ¿Esa es la manera que protege la policía? Pues solo demostraron que sirvieron a un dictador exprés y no respondieron a la manera de un importante servidor público. Porque son «servidores públicos».
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No se equivoquen, las peores dictaduras son las que se disfrazan de democracia. El pueblo sale a levantar la voz, porque esa es la forma en la que se tumban los gobiernos dictatoriales. Recordemos el final de la película «V de Vendetta» de James McTeigue, instante en que el pueblo sale a las calles y el ejército no pudo reprimirlos, porque no iba a ser sostenible detener o, en el peor de los casos, acabar con todos. De lo contrario, ¿cómo y qué gobernarían? Los que defendemos en las calles, con arte, con arengas, con la bulla de una marcha que crece y lleva a cambiar pensamientos, es la representación de una idea propuesta por Evey Hammond, protagonista de la película mencionada: «Este país necesita más que un edificio ahora, necesita esperanza».
Es legítimo decir «basta» a quienes nos llenan de mentiras, en la espera intranquila y un panorama sangriento. La policía, los políticos, sus decisiones ahora están mal vistos y, por el bien de todos, esperemos que tomen las sanciones y acciones legales, las más severas, para que ninguno de esos indeseables vuelva a su puesto. Es también nuestra tarea repensar, leer y educar, en las próximas elecciones, hacer política desde nuestros espacios y responsabilidades.
Ahora estamos haciendo política: el domingo 15 de noviembre lo he visto, en una concentración pacífica en Miraflores (y hubo muchas en distintas zonas de la capital), con gente diferente, pero unida; con música, arte y luz, despidiendo a los nuevos Héroes del Bicentenario que han dado todo por todo lo que somos: libres.
Foto de portada: Sebastián Castañeda